La apuesta

Captura de pantalla 2019-12-15 a las 13.21.48

El estuche y la agenda, la carpeta con las fichas, el almuerzo, la Tablet cargada. Son los últimos días de colegio antes de las Navidades, y la novedad con respeto a finales del año pasado es que la mochila no pesa, es tan ligera que casi vuela. No, no se trata del peso de libros y cuadernos. Son los gestos cotidianos, preparar la ropa, revisar la agenda, desayunar, poner la cazadora, subir al coche y darle un beso antes de verle entrar a clase…ya no parece tener plomo en el cuerpo, cuando se aleja con su mochila bailando con cada brinco.

 

En la última reunión en su anterior colegio, habían avisado de que a principio del nuevo curso se introducirían adaptaciones significativas al currículo académico de Diego. Estas modificaciones a la baja del programa, que a la larga no permiten titular, se aplican cuando hay más de dos años de desfase entre el nivel del alumno y el de su curso, sin embargo Diego no había suspendido ninguna asignatura. Los criterios con los cuales había sido evaluado no los tuvimos nunca claros, ya que no realizaba los exámenes que sus compañeros hacían desde primero de primaria. De hecho, ni siquiera sabíamos que había exámenes, lo descubrimos de casualidad a mitad del segundo curso. No nos llegaban avisos en la agenda, no nos lo comunicaban en las tutorías, ni siquiera le mandaban deberes ni estudiar. Al no haber un chat de clase (por lo menos, no que yo supiera…), no teníamos contacto con los otros padres. De todas formas, en la tensa reunión de final de segundo curso nos explicaron que conocer el programa del temario o la fecha de los exámenes era irrelevante para nosotros, ya que Diego no es como los demás, no puede hacer lo que hacen los demás y que éramos malos padres por preocuparnos por lo académico.

 

Nos fuimos del colegio público dando un portonazo, pero con el corazón cargado de preocupación. Trasladar un niño con autismo abogado a las adaptaciones curriculares (el antecámara de la educación especial, algo que no debería de existir, pero esto es otro tema) y rabietas disruptivas en clase, al colegio de élite con uniforme de americana y corbata y altas exigencias académica y conductuales es una apuesta con demasiadas probabilidades de acabar mal. Pero ya de apostar, hay que apostar alto. En realidad, la decisión era obligada. Teníamos claro que de cambiar, teníamos que buscar la mejor situación posible, en la que nos fuese permitido aportar (a nuestro cargo) un asistente personal, una persona de apoyo que estuviese en clase con Diego corrigiese en cada momento los numerosos problemas conductuales que habían bloqueado su aprendizaje durante los primeros dos cursos de primaria. Ningún colegio público o concertado nos dio esa opción, tan solo el único colegio privado de la provincia nos brindó esa oportunidad.

 

Nuestra ansiedad se ha desinflado como un globo, dejándonos vacíos y estupefactos. No era imposible. No era para tanto. Se necesitaron dos semanas para que aprendiese a respectar las normas básicas (sentarse, trabajar, levantarse cuando entra un adulto en clase, no pulular), y otras tres para que dejase de tirarse al suelo y gritar cuando no estaba conforme con algo. A finales de octubre su conducta estaba bajo control y trabajaba bien la mayoría del tiempo. A finales de Noviembre había recuperado todo el programa de primero y segundo de primaria. A finales de Diciembre, va necesitando cada vez menos la presencia del asistente personal en clase. Y empieza a jugar…JUGAR espontáneamente con algún compañero. Nos llegó la valoración del primer trimestre. No sabemos si estamos más contentos por las notas (que dan vértigo), si porqué están basadas en los resultados de los exámenes que hizo, desde el primer día exactamente como sus compañeros, si porqué logró hacerlos, a pesar de que le costó aceptar la situación, los límites de tiempo, la diferente disposición de los pupitres. O si estamos más contentos porqué se pilló su primera riña de un profesor por JUGAR Y HABLAR CON UN COMPAÑERO durante la clase, con relativa amenaza de separarles.

 

Contentos y enfadados a la vez, porqué se podría haber hecho en el colegio público. Tenía 10 horas a la semana de apoyo especializado, pero salía de clase la mitad de ellas y, de todas formas, cuando la palabra que más se pronuncia en relación con un niño es “imposible”, nada va a ser posible. Los nuevos profes no niegan las dificultades. Ha habido momentos muy complicados, y muy evidentes en un entorno tan disciplinado. Pero, en las valoraciones cualitativas que con regularidad nos llegan por correo, leemos sobre todo palabras como “creativo”, “participativo”, “interesado”. Frases como “será un curso glorioso” y “adelante Diego!”. Sí, vale, es un colegio “de pago”, pero el otro también, los docentes no salen de la mina para ir a dar clase por amor al arte. Ver más allá de la etiqueta, solucionar problemas en lugar de anularlos rebajando exigencias, dar información y no ocultarla, mirar al potencial y no solo al déficit, dar palabras de ánimo y no poner techos que no existen no debería de ser mercancía de lujo, sino el cometido básico de cualquier educador, sobre todo si trabaja en la enseñanza pública.

 

No existen escusas: “tengo otros 20”…”no nos han formado para esto”…”no podemos atender a sus necesidades”… “no tenemos recursos”…En estos tres meses, se ha logrado revertir totalmente la situación en una clase con idéntico número de alumnos, con pizarra digital y Tablet (que tenían también en el otro lado, ya se las habíamos comprado nosotros), maestros con menos experiencia en este tipo de situaciones y una asistente personal que no había visto nunca a un niño con necesidades especiales de cerca. La única formación que tuvo fueron unos pocos días al lado de nuestra educadora de siempre, que estuvo una vez más a nuestro lado cuando la asistente personal que entrenamos durante todo el verano nos dejó plantados a los dos días de empezar el colegio y tuvimos que buscar a otra persona a la velocidad de la luz.

 

Estos pocos meses, en los que hemos descubierto la sensación de tener un hijo que va al colegio, nos han demostrado la importancia fundamental de la educación y de remar todos en la misma dirección. Diego no solo está aprendiendo las divisiones, los paisajes, la clasificación de los animales, las sílabas tónicas y las rimas. Diego habla cada vez más, habla de lo que hace en clase (pues ahora en clase trabaja y no pulula), de lo que hace en su tiempo libre, ha vuelto a tener curiosidad, ríe, juega, su inflexibilidad está en mínimos históricos, empieza a ver a los otros niños como sus iguales. Y para nosotros, la vida ya no es una guerra.

 

************************************************************************

 

L’astuccio e il diario, la cartelletta con i compiti, la merenda, la Tablet carica. Sono gli ultimi giorni di scuola prima di Natale e la novità rispetto alla fine dell’anno scorso è che lo zaino non pesa, è così leggero che quasi vola. No, non si tratta del peso di libri e quaderni. Sono i gesti quotidiani, preparare i vestiti, controllare il diario, fare colazione, aiutarlo a indossare la giacca, salire in macchina e dargli un bacio prima di vederlo entrare in classe … sembra non avere più piombo colato nel corpo, quando si allontana con il suo zaino blu che sobbalza ad ogni salto.

 

All’ultimo incontro con gli insegnanti della scuola precedente, ci avevano avvertito che all’inizio del nuovo corso sarebbero stati introdotti adattamenti significativi al curriculum accademico di Diego. Queste modifiche al ribasso del programma si applicano quando ci sono più di due anni di ritardo tra il livello dello studente e i requisiti accademici dell’anno in corso, tuttavia Diego era stato promosso in tutte le meaterie. I criteri con cui era stato valutato non erano chiari, visto che non aveva sostenuto le verifiche settimanali che i suoi compagni di classe avevano fin dalla prima elementare. In realtà, non sapevamo nemmeno che queste verifiche esistessero, l’abbiamo scoperto per caso a metá della seconda elementare. Non avevamo mai ricevuto avvisi sul diario, non ce lo avevano mai comunicato nelle riunioni, non gli erano nemmeno stati assegnati compiti. Dato che non esisteva una chat di classe (almeno, non che io sapessi …), non abbiamo nemmeno avuto molti contatti con gli altri genitori. Ad ogni modo, durante la tesa riunione alla fine della seconda elementare, ci é stato spiegato che conoscere il programma delle materie o le date delle verifiche era irrilevante per noi, poiché Diego non è come gli altri, non può fare ciò che fanno gli altri e che eravamo cattivi genitori a cui solo importavano i voti.

 

Ce ne siamo andati dalla scuola pubblica sbattendo la porta , ma con il cuore pieno di preoccupazione. Trasferire un bambino autistico destinato agli adattamenti curriculari ( l’anticamera della scuola speciale, che non dovrebbe nemmeno esistere, ma questo è un altro problema) con crisi e problema di comportamento, alla scuola d’élite con l’uniforme con giacca e cravatta ed elevate esigenze accademiche e conduttuali, è una scommessa  ad alto rischio. Ma scommettere per scommettere, bisogna puntare alto. In realtà, si é trattato di una decisione obbligata. Eravamo assolutamente decisi sul fatto che, nel caso di afforntare un cambio di scuola,  avremmo dovuto cercare la migliore situazione possibile, in cui ci fosse permesso di fornire (a nostre spese) un assistente personale, una persona di sostegno in classe con Diego per correggere in ogni momento i numerosi problemi comportamentali che avevano bloccato il suo apprendimento durante i primi due anni di elementari. Nessuna scuola pubblica o convenzionata ci aveva permesso questa opzione, mentre l’unica scuola privata della provincia ci ha accordato questa opportunità.

 

La nostra ansia di anni si è sgonfiata come un palloncino, lasciandoci vuoti e sbalorditi. Non era impossibile. Non era nemmeno cosí difficile. Ci sono volute due settimane per insegnargli a rispettare le regole basiche (stare seduto, lavorare, alzarsi in piedi quando un adulto entra in classe, non girovagare per la classe) e altre tre per smettere di gettarsi a terra e urlare quando voleva protestare. Alla fine di ottobre il suo comportamento era sotto controllo, lavorava bene per la maggior parte del tempo. Alla fine di novembre aveva recuperato l’intero programma di prima e seconda elementare. Adesso, alla fine di dicembre, ha sempre meno bisogno della presenza dell’assistente personale in classe. E inizia a giocare … GIOCARE spontaneamente con alcuni compagni di classe. Abbiamo abbena ricevuto la pagella del primo trimestre. Non sappiamo se siamo più felici per i voti (che danno le vertigini), per il fatto che si basano sui risultati degli esami che ha fatto dal primo giorno esattamente come i suoi compagni di classe, o perché sia riuscito a farli, anche se è stato difficile per lui accettare la situazione, il limite di tempo, la diversa disposizione dei banchi. O se siamo più felici per la sua prima sgridata di un insegnante per ché GIOCAVA E PARLAVA CON UN COMPAGNO durante la lezione, tanto da guadagnarsi la minaccia di dividere i loro banchi.

 

Felici e arrabbiati allo stesso tempo, perché si sarebbe potuto ottenere tutto questo nella scuola pubblica. Aveva 10 ore a settimana di sostegno specializzato, ma ne passava la metá fuori dalla classe e, comunque, quando la parola più pronunciata in relazione a un bambino è «impossibile», niente é possibile. I nuovi insegnanti non negano le difficoltà. Ci sono stati momenti molto complicati e molto evidenti in un ambiente così disciplinato. Ma, nelle valutazioni qualitative che ci vengono inviate regolarmente per posta elettronica, leggiamo soprattutto parole come «creativo», «partecipativo», «interessato». Frasi come «sarà un anno scolastico glorioso» e » forza Diego! «. Sì, va bene, è una scuola in cui si paga, ma nella scuola pubblica gli insegnanti non escono  ogni giorno dalla miniera per andare a insegnare gratis. Guardare oltre l’etichetta, risolvere i problemi invece di annullarli riducendo l’esigenza, fornire informazioni invece di nasconderle, cercare il potenziale e non solo il deficit, dare parole di incoraggiamento e non porre limiti insistenti non dovrebbero essere beni di lusso, ma il dovere di qualsiasi educatore, specialmente se lavora nella pubblica istruzione.

 

Non esistono scuse: «Ne ho altri 20» … «Non abbiamo formazione » … «Non possiamo soddisfare le necessitá» … «Non abbiamo risorse» … In questi tre mesi, la situazione è stata completamente ribaltata in una classe con identico numero di studenti, con lavagna digitale e Tablet (che avevano anche dall’altra parte, visto che le avevamo acquistate noi, ma si rifiutavano di usarle), insegnanti con meno esperienza in questo tipo di situazioni e un’ assistente personale che non aveva mai visto un bambino con necessitá speciali. L’unica formazione che ha avuto è stata di pochi giorni affiancata dalla nostra educatrice di sempre, che é stata al nostro fianco quando l’assistente personale che avevamo formato durante l’estate ci ha piantati in asso all’inizio del corso, e abbiamo dovuto cercare un’altra persona alla velocità della luce.

 

Questi pochi mesi, in cui abbiamo scoperto la sensazione di avere un figlio che va a scuola, ci hanno dimostrato l’importanza fondamentale dell’educazione e di remare tutti nella stessa direzione. Diego non sta solo imparando divisioni, paesaggi, classificazione degli animali, sillabe toniche e rime. Diego parla sempre di più, parla di ciò che fa in classe (perché ora in classe lavora e non deambula), e nel tempo libero, è tornato ad essere curioso, ride, gioca, la sua inflessibilità è ai minimi storici, inizia a vedere gli altri bambini come suoi pari. E per noi la vita non è più una guerra.

 

 

 

 

 

 

 

 

Anuncio publicitario