Sobre inclusión y guerras entre pobres

equidad

En estas semanas miles de familias se están movilizando en contra del cierre de los colegios de educación especial, algo que, supuestamente, se plantea a medio-largo plazo para adecuar el sistema educativo español a la convención ONU de los derechos de las personas con discapacidad.

Ante la declaración de intenciones de cerrar los centros de educación especial por parte de algunos políticos, se ha desencadenado en las redes sociales una guerra entre familias aterrorizadas ante la idea de su hijo en una clase ordinaria y despojado de los recursos que tiene en un colegio específico, y familias aterrorizadas a la idea de su hijo segregado en un colegio de educación especial. No voy a entrar en esta guerra entre pobres, en la que todos tienen sus razones, pero sí en las causas que la han provocado. Durante décadas, los padres de niños con necesidades especiales hemos estado viviendo en un régimen dictatorial con respeto a la educación de nuestros hijos: para nosotros, la “libertad de elección” del centro educativo, defendida en la Ley de Educación y disfrutada por las familias de todos los demás alumnos, simplemente no existe. La administración dicta la modalidad de escolarización de nuestros hijos, tras evaluaciones periódicas, sin posibilidad de apelación. Si se considera que el niño necesita más apoyos o recursos de lo que se proporciona en un centro ordinario, se le deriva al especial. Para reclamar el derecho a la educación inclusiva en un colegio ordinario, muchas familias han tenido que recurrir a los tribunales (no me consta que haya ocurrido el contrario). La espada de Damócles de la derivación a un colegio específico marca nuestros días y nuestras noches.

 

Por esto entiendo a las familias que viven como una liberación la idea de deshacerse de esa pesadilla, y se apelan una y otra vez a la convención. Yo misma declaro que si Diego irá a un colegio de Educación Especial, será por encima de mi cadáver. Mandamos sondas a Marte, creo que tenemos la capacidad suficiente como para construir un modelo de escuela que pueda educar y dar respuestas a necesidades especiales sin segregar a parte del alumnado y garantizando su convivencia con el resto de los alumnos. Aclarada mi postura en este asunto, me gustaría sin embargo puntualizar un concepto importante. Políticos, administración, universidades, colegios…..estáis fracasando en la inclusión de los niños con necesidades especiales que ya están escolarizados en los centros ordinarios. Igual, antes de pensar en un paso tan importante y radical (no en el sentido filosófico del término sino en lo que se refiere a la magnitud de los cambios que requiere) como cerrar los colegios de educación especial, sería conveniente que tomaseis conciencia de todo lo que no funciona en los ordinarios que ya acogen parte de este alumnado. Hablo con cierta cognición de causa, y no solo como madre de un niño con NNEE, puesto que mi trabajo me ha llevado a entrar en muchos colegios y conocerlos de primera mano.

 

El personal especializado de apoyo no llega a cubrir ni la cuarta parte de las necesidades reales, puesto que está asignado a los centros según una ratio numérica que ya de por sí es ridícula (1 PT cada 11 ACNEES y 1 AL cada 25) y encima mete en el mismo saco alumnos con necesidades extremadamente diferentes, desde un apoyo casi puntual a una atención constante y generalizada. De hecho, ningún dictamen llega a cumplirse en cuanto a horas semanales de apoyo especializado indicadas, y tras las protestas de las familias han empezado a desaparecer de los informes psicopedagógicos las referencias al número de horas y sesiones que cada niño necesita. Esto ha exacerbado la absoluta inutilidad de dichos informes, puesto que nadie está realmente obligado a leérselos y mucho meno a cumplir en el aula las pautas que indican. En la práctica, nadie obliga realmente a los centros a realizar las adaptaciones recogidas en los informes, ni a cambiar la forma de transmitir los contenidos, ni a poner en marcha lo que sugieran los especialistas, ni siquiera hay obligación de aceptar su presencia en clase. En muchos casos las sesiones de PT y AL se dan fuera del aula, sin que haya una continuidad entre el trabajo desarrollado ahí y el que realiza el maestro cuando el especialista no está presente. En todo caso, no hay suficientes horas de apoyo, y niños que con un apoyo constante dentro del aula podrían integrarse y promocionar, acaban fracasando, repitiendo, pasando a la modalidad específica.

 

No hay formación específica y continua para los maestros que tienen en su clase ordinaria un niño con necesidades especiales, ni control sobre la puesta en marcha por su parte de las estrategias indicadas por los orientadores y los especialistas. No hay suficientes orientadores para poder evaluar todos los niños que lo necesitan, y los que están evaluados no pueden tener un seguimiento constante. Las familias estamos en constante lucha con la administración y con los colegios para rascar un puñado de horas de apoyo más al mes, conscientes de que, si las conseguimos, esas horas se quitarán a otros niños. Hay una cantidad asombrosa de niños con TEA con capacidad intelectual normal o límite, pero con problemas conductuales derivados de su trastorno, que acaban en centros específicos porque en su colegio ordinario no reciben suficientes apoyos ni los maestros saben controlar la situación. Otros consiguen aguantar en colegios ordinarios hasta el final del ciclo obligatorio, pero acaban sin el título, aunque con apoyos y cambios en la metodología podrían haberlo conseguido.

 

Si no somos capaces de garantizar la calidad educativa para estos niños, que tan solo necesitan más horas de apoyo especializado dentro del aula, coordinación con los maestros, refuerzos para modificar su conducta y adaptaciones en la metodología didáctica, ¿por donde queréis empezar para escolarizar en centros ordinarios a niños que tienen necesidades infinitamente superiores? Con razón sus padres están temblando. Empezar por atender eficazmente a la diversidad que YA se encuentra ahí, estudiando las situaciones y las necesidades, proporcionando suficientes especialistas, organizando formaciones para maestros, garantizando la obligatoriedad de las adaptaciones y pautas señaladas por orientadores y especialistas, con una supervisión capilar en todo el proceso. Una vez alcanzado esto, sí se podrá avanzar, sin que las familias que escolarizan a sus hijos en modalidad especial pierdan el sueño.

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In queste settimane migliaia di famiglie si stanno mobilitando contro la chiusura delle scuole speciali, iniziativa che, presumibilmente, si progetta nel medio-lungo termine per adeguare il sistema educativo spagnolo alla Convenzione delle Nazioni Unite sui diritti delle persone con disabilità.

Alla dichiarazione di voler i centri di educazione speciale da parte di alcuni politici, si é scatenata nei social network una guerra tra famiglie terrorizzate all’idea del loro figlio in una classe ordinaria e privato delle risorse che ha in una scuola specifica, e famiglie terrorizzate all’idea del loro figlio segregato in una scuola di educazione speciale. Non voglio entrare nel merito di questa guerra tra poveri, in cui tutti hanno le loro ragioni, ma sì nelle cause che l’hanno provocata. Per decenni, noi genitori di bambini con necessità speciali abbiamo vissuto in un regime dittatoriale rispetto all’educazione dei nostri figli: per noi, la «libertà di scelta» del centro educativo, difesa dalla Legge della Pubblica Istruzione e sfruttata dalle famiglie di tutti gli altri studenti, semplicemente non esiste. L’amministrazione detta la modalità di scolarizzazione dei nostri figli, dopo valutazioni periodiche, senza possibilità di appello. Per rivendicare il diritto all’istruzione inclusiva in una scuola ordinaria, molte famiglie hanno dovuto ricorrere ai tribunali (non mi risulta che sia mai accaduto il contrario). La spada di Damocle della derivazione a una scuola specifica segna i nostri giorni e le nostre notti.

 

Per questo capisco le famiglie che vivono come una liberazione l’idea di scrollarsi quell’incubo di dosso, e si appellano continuamente alla convenzione. Io stessa dichiaro che se Diego andrà in una scuola di educazione speciale, sarà pasdando sul mio cadavere. Mandiamo sonde a Marte, credo che possediamo la sufficiente capacità per costruire un modello di scuola che dia risposta alle necessità speciali senza segregare, e garantendo la convivenza con il resto degli alunni.  Chiarita la mia posizione in merito, vorrei tuttavia sottolineare un concetto importante. Politici, amministrazione, università, scuole …state fallendo nell’inclusione di bambini con necessità speciali che sono già iscritti nelle scuole ordinarie. Prima di pensare a un passo così importante e radicale (non nel senso filosofico del termine ma in rapporto alla magnitudine dei cambiamenti che richiede) come la chiusura dei centri di educazione speciale, sarebbe consigliabile che foste consapevoli di tutto ció che non funziona in quelli ordinari che ospitano già parte di questo collettivo. Parlo con una certa cognizione di causa, e non solo come madre di un bambino con NNEE, visto che il mio lavoro mi ha portato ad entrare in molte scuole e a conoscerle di prima mano.

 

Il personale di sostegno specializzato non copre nemmeno un quarto dei bisogni reali , poiché è assegnato ai centri secondo un rapporto numerico che è di per se ridicolo (1 PT ogni 11 alunni con necessità speciali e 1 AL ogni 25) e oltretutto equipara studenti con esigenze estremamente diverse, da un sostegno quasi puntuale a un’attenzione costante e generalizzata. Di fatto, nessun dictamen viene rispettato in quanto ad ore settimanali di appoggio specializzato indicate, e nel momento in cui sono aumentate le proteste delle famiglie in questo senso, questo riferimento ha iniziato a scomparire dai referti psicopedagogici. Ciò ha esacerbato l’assoluta inutilità di tali rapporti, dal momento che nessun centro è veramente obbligato a leggerli e tantomeno a seguire le linee guida indicate. In pratica, nessuno costringe veramente il centro a realizzare gli adattamenti contenute nelle relazioni, o cambiare il modo di insegnare i contenuti, o a mettere in pratica quello che suggeriscono i professionisti di sostegno, non è nemmeno obbligatorio accettare la loro presenza in classe. In molti casi le sessioni di PT e AL vengono date fuori dalla classe, senza che vi sia una continuità tra il lavoro svolto lì e il lavoro svolto dall’insegnante quando lo specialista non è presente.

 

Non esiste una formazione specifica e continua per gli insegnanti che hanno un bambino con bisogni speciali nella loro classe. Non vi è alcun controllo sull’implementazione delle strategie indicate da consulenti e specialisti. Non ci sono abbastanza orientatori per valutare tutti i bambini che ne hanno bisogno, e quelli che vengono valutati non possono avere un seguimento costante. Le famiglie sono in continua lotta con l’amministrazione e con le scuole per raschiare una manciata di ore di sostegno più di al mese, consapevoli del fatto che se le ottengono, quelle ore saranno ritirate ad altri bambini. C’è un numero sorprendente di bambini autistici con capacità intellettuale normale o limite, ma con problemi comportamentali derivati ​​dal loro disturbo, che finiscono in centri specifici perché nella loro scuola ordinaria non ricevono abbastanza sostegno o gli insegnanti sanno come controllare la situazione. Altri riescono a sopravvivere nelle scuole ordinarie fino alla fine del ciclo obbligatorio, ma non ottengono il titolo, anche se con il sostegno e gli adattamenti nella metodologia avrebbero potuto farcela.

 

Se non siete in grado di garantire la qualità educativa per questi bambini, che hanno bisogno solo di più ore di sostegno specialistico in classe, coordinamento tra insegnanti, rinforzi per modificare il loro comportamento e adattamenti nella metodologia di insegnamento, come potete immaginare di trasferire alla scuola ordinaria bambini che hanno bisogni infinitamente più alti? Comprensibilmente, i genitori di questi bambini tremano al solo pensiero. Non ci avete ascoltato finora, costringendoci in molti casi alla scuola specifica, anche se sarebbe stato possibile continuare nell’ordinaria con sostegni sufficienti, e adesso volete rigirare la frittata costringendo tutti alla scuola ordinaria. Sarebbe forse meglio cominciare a ristrutturare la scuola ordinaria, dando risposte efficaci alla diversità che è GIÀ lì, studiando le situazioni e le esigenze, fornendo abbastanza specialisti, organizzando la formazione degli insegnanti , garantendo la obbligatorietà degli adattamenti e delle linee guida indicate da orientatori e specialisti, con una supervisione capillare dell’intero processo, e una volta raggiunto questo obbiettivo, una volta che le famiglie nella scuola ordinaria abbiano recuperato il sonno, si potrà pensare di avanzare.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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