Lo que ha quedado atrás

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Me asomo a la puerta acristalada de la entrada del colegio y le veo, me suele esperar ahí, expectante. Me ve enseguida y me regala una enorme sonrisa de pura felicidad, sus ojos clavados en los míos. Corre primero a abrazarme y luego a por su mochila, y me sigue riendo hasta el coche. Arranca con el intercambio de frases en italiano que le encanta hacer conmigo, sube al coche y se deja atar el cinturón de seguridad, coge el libro de los Por Qué y lee en voz alta, cerrándolo de repente antes de terminar la frase para que yo le riñe de broma. Le digo que ya tenemos los billetes de avión para ir a Italia este verano, le digo la fecha que es lo que más le importa. Piensa unos segundos y formula, cuidadosamente, la que es la tercera pregunta de su vida: “¿de que aeropuerto sale el avión para Italia el 13 de agosto?”) (la primera, de hace unas semanas, fue “¿que hay para cenar?” y la segunda ayer “¿donde ha ido papá?”). Le contesto, intentando mantener un tono normal aunque lo que me saldría es cantar el imno nacional en plan medalla olímpica, y el se ríe a carcajadas por la emoción de poderse expresa y poder preguntar lo que le interesa.

Llegamos a casa, antes de entrar quiere dar la vuelta alrededor del edificio, como todos los días, pero una vez en casa se quita los zapatos y la chaqueta, y corre a jugar. A jugar, con los coches, con los animalitos, con los peluches, con algún cuento. Habla, con su manera algo innatural, describiendo lo que está haciendo. Me siento y le miro, pasan los minutos y ya no son esa carga inaguantable. Hay juguetes esparcidos por toda la casa, y ya no duele verlos, ya no los ignora como antes. Ya no hay que plantear una sesión de terapia para que, entre protestas e intentos de fuga, meta un muñequito en un coche sin el más remoto interés. Se que en algún momento tendremos que enseñarle la rutina de recoger sus cosas, pero queremos disfrutar un poco de la casa tan naturalmente desordenada, Diego sentado en el medio del montón de juguetes, diciéndome cuales de los coches corren, cuales caminan, y cuales se pueden tirar por la escalera sin que se rompan.

 

Esta semana he salido sola con el, a comprar geranios para el balcón y a un parque con su monopatín. Parece una tontería, pero no pasaba desde antes del diagnóstico. No me atrevía, por el miedo a sus rabietas. Pero hace unos días me dijo que quería “hacer planes” (es decir, salir a hacer lago por la tarde), y antes de decirle que no se podía porque no estaba papá, me di cuenta de que ya es hora de empezar a hacer vida normal. En realidad, Diego lleva tiempo haciendo vida normal, yendo a tiendas, bibliotecas, restaurantes…los sábados por la mañana, tras la escuela de teatro, hace con su asistente personal, que no tiene pavor a los berrinche en el medio de la calle,  mil actividades. El miedo es todo mío, porque el ya lo ha superado.

 

Cuando veo lo que le cuestan ciertas cosas, comparado con los niños de su edad o incluso mucho más pequeño, todavía siento ese encogimiento del corazón, pero ya lo noto venir y lo controlo, evitando dejarme invadir por el.

Miro hacía atrás y veo todo el recorrido que hemos hecho, pero también veo un montón de escombros, y heridas que no se si curarán. Me acuerdo de la poesía de R. Kipling y solo ahora comprendo de verdad las palabras

“si puedes ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas.”

se trata, ahora de reconstruir la persona que era antes.

 

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Mi affaccio al portone di vetro dell’ingresso della scuola e lo vedo, di solito mi aspetta lì, trepidante. Mi vede e subito mi rivolge un enorme sorriso di pura felicità, con gli occhi fissi nei miei. Mi corre incontro per abbracciarmi e poi corre a prendere tuo zaino, e mi segue ridendo verso la macchina. Inizia a parlare con lo scambio di frasi in italiano che ama fare con me, sale in macchina e si lascia allacciare la cintura di sicurezza. Prende il libro dei “perché” e comincia a leggere ad alta voce, chiudendolo improvvisamente prima di finire la frase per farsi rimproverare per scherzo. Gli dico che ho comprato i biglietti aerei per andare in Italia quest’estate, specificando la data che è quello che piú gli importa. Rimane pensieroso qualche secondo e poi formula, con attenzione, quella che é la terza domanda della sua vita: «Da che aeroporto parte l’aereo per l’Italia il 13 di agosto?») (La prima, qualche settimana fa, é stata «Cosa c’è per cena?» E la seconda, ieri «Papà dové andato?»). Gli rispondo, cercando di mantenere un tono normale, ma con la voglia di cantare l’inno nazionale tipo medaglia d’oro olimpica, e lui ride per l’emozione di essere riuscito ad esprimersi.

Arriviamo a casa, prima di entrare vuole fare il giro dell’edificio, come ogni giorno, ma una volta entrato si toglie le scarpe e la giacca e corre a giocare. A giocare, con macchinine, con animali, con pelouches, con i suoi libri. Parla, con il suo modo un po’ innaturale, descrivendo quello che sta facendo. Mi siedo e lo guardo, i minuti passano e non sono più un peso insopportabile. Ci sono giocattoli sparsi per tutta la casa, e non fa più male vederli in giro, non li ignora come prima. Non c’è bisogno di organizzare una sessione di terapia in modo che, tra proteste e tentativi di fuga, infili un pupazzo in una macchinina senza il minimo interesse. So che a un certo punto bisognerà insegnargli a mettere a posto le sue cose, ma adesso vogliamo  goderci un po’ questo disordine naturale,con  Diego seduto in mezzo a una montagna di giocattoli, spiegandoci quali macchinine corrono, quali camminano, e quali si  possono lanciare dalla scala senza che si rompano.

Questa settimana sono uscita da sola con lui, a comprare gerani per il balcone e a correre col suo monopattino in un parco. Sembra poca cosa, ma non succedeva da prima della diagnosi. Non osavo farlo per paura delle sue crisi. Ma un paio di giorni fa mi ha detto che nel pomeriggio voleva «fare progetti» (cioé uscire di casa), e prima di dirgli che non si poteva perché papá non era ancora tornato, mi sono resa conto che era ora di iniziare a fare vita normale. In realtà, Diego la sta giá facendo da un bel po’ di tempo, andando nei negozi, in biblioteca, nei ristoranti … il sabato mattina, dopo la lezione di teatro, fa mille attività con la sua assistente personale, che non teme le scenate in mezzo alla strada. La paura è tutta mia, perché lui l’ha già superata da un pezzo.

Quando vedo quanto ancora gli costano certe cose, rispetto ai bambini della sua età o anche molto più piccoli, sento ancora quella stretta al cuore, ma la sento arrivare e la controllo, evitando che mi travolga. Guardo indietro e vedo tutta la strada che abbiamo fatto, ma vedo anche molte macerie, e ferite che non so se guariranno. Ricordo la poesía “se” di R. Kipling e solo ora capisco davvero le parole

«se riesci a guardare le cose per le quali hai dato la vita, distrutte,
e piegarti a ricostruirle con strumenti logori”.

quello che bisogna ricostruire, é la persona che ero prima.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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3 comentarios en “Lo que ha quedado atrás

  1. La persona que era antes necesita ser reconstruida para que quepa dentro este nuevo corazón, que es mucho mayor que el anterior y quede sitio para que los pulmones tomen todo el aire que necesitas. Reconstruir la mente, donde la paciencia funciona diferente y los valores han sido cambiados de lugar.
    En todo caso, serás una persona aún mejor. 👍

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  2. Poco a poco, es un camino lleno de baches, pero lo conseguiremos. Primero hay que recordar de donde venimos…que no ha sido siempre diagnósticos, terapias y luchas contra los monstruos. Y seguro que si buscamos bien, algo de lo que había antes sigue ahí, en algún lugar.

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