El dedo índice

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Otra de las señales de alarma para el autismo es la falta del comportamiento di indicar, que tiene que aparecer antes de los 12 meses. Antes de empezar a hablar, los niños utilizan el dedo índice para señalar algo que quieren o para enseñar a un adulto algo que les ha llamado la atención (una flor, un perro, un avión…). Diego a los 20 meses todavía no indicaba. Para obtener algo que quería y que no estaba a su alcance, nos cogía la mano y la dirigía hacía el objeto en cuestión. Cuando quería que le leyéramos un cuento, cogía nuestro dedo índice y lo guiaba sobre el texto o las figuras. Antes de saber que se trata de un comportamiento típico del autismo, nos hacía gracia. Después de la evaluación, fue uno de los primeros aspectos que intentamos corregir para volver al carril de las etapas normales de desarrollo y para que Diego tuviera una herramienta más de comunicación. Sin embargo, nos esforzamos tanto también porque en cuanto supimos la razón de esa manera peculiar de pedir, usando la mano de los adultos de forma instrumental, ver ese comportamiento nos angustiaba.

Durante los dos primeros meses en el centro base, nuestro terapista nos enseñó varias estrategias para estimular a Diego a usar su dedo índice para pedir. Cuando intentaba coger nuestra mano o nuestro dedo mientras le leíamos un cuento, rápidamente le cogíamos la suya y le moldeábamos el gesto. Cuando quería algo fuera de su alcance (y procurábamos que todos sus juguetes favoritos fueran en estanterías altas o cajas transparentes cerradas, para obligarle a pedir) uno de los dos le cogía la mano y moldeaba el gesto de indicar y el otro “respondía” a su petición. Cuando pulsaba los botones de algún juego sonoro, le obligábamos a usar su dedo índice. Al principio era muy difícil porqué no le gustaba que le tocáramos y se agitaba tanto que no entendía lo que estaba pasando. Pero un día algo empezó a cambiar. Estábamos de vuelta de la guardería y mientras nos quitábamos los zapatos en el trastero, empezó a interesarse por las cosas almacenadas en las estanterías y se puso a tocarlas. Justo antes de que aquello se convirtiera en uno de sus bucles, intentamos llamar su atención nominando en voz alta a las cosas que tocaba (“bolsa”, “caja”, “zapatos”, “aspiradora”…). Funcionó, y entró al juego tocando varios objetos y mirándonos para que los nomináramos. De repente se nos ocurrió anticiparle y nominar el objeto que le interesaba justo antes de que lo tocara, cuando todavía tenía la mano estirada. Aunque siempre acababa tocando el objeto en cuestión, empezó a darse cuenta que el nombre de las cosas llegaba antes de que su mano las alcanzara, y en varias ocasiones nos miró antes de llegar a tocarlas, con la mano todavía estirada.

Nos pareció un gran avance y el día después se lo contamos a las maestras para que trabajasen ese aspecto también en la guardería. El juego de los nombre le había gustado y durante varios días quiso repetirlo tanto en casa como en la guardería. Cuando los objetos que le interesaban estaban fuera de su alcance, lo cogíamos en brazos y nos poníamos lo bastante lejos como para evitar que llegara a tocarlos. Poco a poco dejó de intentar alcanzarlos y se conformó con estirar el brazo hacía ellos. Cuando eso fue suficientemente consolidados, le cerrábamos la mano dejando solo el dedo índice estirado, antes de nombrarle el objeto. En cuanto vimos que sus dedo no se resistían tanto y empezaban a ceder de forma más dócil, dejamos de hacerlo y esperamos a que se esforzara él a estirar el índice. El día 27 de abril, exactamente dos meses después del terremoto, Diego consiguió indicar unas fotos colgadas en la pared para que le nominásemos quién aparecía en ellas. Para hacerlo, estuvo casi un minuto estudiando la manera de cerrar el puño y sacar el dedo índice ayudándose con la otra mano, para luego estirarlo hacía las fotos. Fue la primera vez, la primera de una serie infinita, en la que tuvimos que luchar durante largos momentos contra el impulso de ayudarle, porque cualquier paso que consigue dar él solo es un paso un poco más largo.

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Un altro dei segnali di allarme per l’autismo è la mancanza del comportamento di indicare, che deve comparire entro i 12 mesi d’età. Prima di cominciare a parlare, i bambini utilizzano il dito indice per segnalare qualcosa che vogliono o per mostrare a un adulto qualcosa che ha attirato la loro attenzione (un fiore, un cane, un aereo…). Diego a 20 mesi ancora non indicava. Per ottenere qualcosa che voleva e che era fuori dalla sua portata ci prendeva la mano e la dirigeva verso l’oggetto in questione. Quando voleva che gli leggessimo un racconto, prendeva il nostro dito indice e lo guidava lungo il testo o sulle figure. Prima di sapere che si trattava di un comportamento tipico dell’autismo, ci divertiva. Dopo la valutazione, fu uno dei primi aspetti che cercammo di correggere per tornare sui binari delle tappe normali dello sviluppo e perché Diego avesse un ulteriore strumento di comunicazione. Tuttavia, ci sforzammo tanto anche perché appena scoprimmo la ragione di quel modo peculiare di chiedere qualcosa, usando la mano di un adulto come se fosse uno strumento, vedere quel comportamento ci angustiava.

Nei primi due mesi nel centro base, il nostro terapista ci insegnò varie strategie per stimolare Diego a usare il suo dito indice per chiedere qualcosa. Quando cercava di prendere la nostra mano o il nostro dito mentre gli leggevamo un racconto, rapidamente gli prendevamo la sua e gli modellavamo il gesto. Quando voleva qualcosa fuori dalla sua portata (e procuravamo che tutti i suoi giochi preferiti si trovassero su scaffali alti o in scatole chiuse trasparenti, per obbligarlo a chiedere) uno dei due gli prendeva la mano e gli modellava il gesto di indicare e l’altro “rispondeva” alla sua richiesta. Quando schiacciava i pulsanti di qualche gioco sonoro, lo obbligavamo a usare l’indice. All’inizio era tutto molto difficile perché non gli piaceva essere toccato e si agitava tanto che non capiva cosa stesse succedendo. Però un giorno qualcosa cominciò a cambiare. Eravamo di ritorno dall’asilo e, mentre ci toglievamo le scarpe nello sgabuzzino, Diego cominciò a interessarsi agli oggetti riposti sugli scaffali e cominciò a toccarli. Appena prima che questo si trasformasse in uno dei suoi loop, provammo a richiamare la sua attenzione nominando a voce alta le cose che toccava (“borsa”, “scatola”, “scarpa”, “aspirapolvere”…). Funzionò, e entrò al gioco toccando vari oggetti e guardandoci perché li nominassimo. Improvvisamente ci venne in mente di anticiparlo e di nominare l’oggetto che gli interessava appena prima che lo toccasse, quando aveva ancora la mano tesa. Anche se alla fine lo toccava sempre, cominciò a rendersi conto che il nome dell’oggetto arrivava prima che la sua mano lo raggiungesse, e in varie occasioni ci guardò prima di arrivare a toccarlo, con la mano tesa.

Ci sembrò un grande passo avanti e il giorno dopo ne parlammo con le maestre, in modo che lavorassero in questo modo anche all’asilo. Il gioco dei nomi gli era piaciuto e per vari giorni lo volle ripetere sia in casa che all’asilo. Quando gli oggetti che gli interessavano erano fuori portata, lo prendevamo in braccio rimanendo sufficientemente lontani da evitare che arrivasse a toccarli. Poco a poco smise di cercare di raggiungerli e si accontentò di tendere la mano nella loro direzione. Quando questo comportamento ci sembrò abbastanza consolidato, gli chiudevamo il pugno lasciando solo l’indice teso, prima di nominargli l’oggetto. Appena ci accorgemmo che le sue dita opponevano meno resistenza e cominciavano a cedere più docilmente, smettemmo di farlo e aspettammo che si sforzasse da solo a tendere l’indice. Il giorno 27 di aprile, esattamente due mesi dopo il terremoto, Diego riuscì a indicare delle foto appese al muro perché gli dicessimo chi rappresentavano. Per farlo, rimase quasi un minuto intero studiando il modo di chiudere il pugno e tirare fuori l’indice aiutandosi con l’altra mano, per poi tenderlo verso le foto. Fu la prima volta, la prima di una serie infinita, che ci costringemmo a lottare per lunghi istanti contro l’impulso di aiutarlo, perché qualsiasi passo che riesce a dare da solo è un passo un pochino più lungo.

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